miércoles, 24 de octubre de 2012




La psicología del bebé
Hasta que un bebé comienza a hablar, la única manera que tenemos de comunicarnos con él, de entender lo que le pasa y lo que siente es mediante sus gestos y sonidos: su llanto, su risa, su sonrisa y sus primeros balbuceos. ¿Qué significa cada tipo de llanto? ¿Cuándo comienza a reírse y cómo lograr que lo haga? ¿Cómo saber si está triste, o enfadado o tiene miedo?





Los bebés están dotados de forma innata para pensar, función que como tantas habrá de desarrollarse en la medida de su maduración corporal, cerebral y sensorial. Cuanto más se observa a un bebé, cuánto más atención se les presta a todos los detalles pequeños de su conducta, se descubren más las capacidades de relación con su ambiente. Ya es conocido el hecho de cómo se calma un bebé al nacer si es puesto en contacto con su madre. Ahora bien, ¿con qué se vinculan esos primeros “pensamientos”? ¿Existen vestigios en la vida adulta de aquello que pensábamos cuando éramos bebés?


El pensamiento del bebé se desarrolla desde una mentalidad primitiva a una más evolucionada, de una mentalidad egoísta centrada en las propias necesidades a una mentalidad considerada hacia los otros. Aunque según los expertos, las cosas no son sencillas en este terreno y las explicaciones simples o causales no son aptas para entender procesos tan complejos.

 
¿En qué piensa un bebé?

Hasta que los niños son capaces de hablar correctamente y expresar de esa forma sus pensamientos, sentimientos y emociones, todos los padres se preguntan en qué pensarán sus bebés cuando están absortos, cuando miran fijamente algo, cuando sonríen sin motivo aparente…

Los bebés piensan desde que nacen, aunque esos primeros pensamientos (llamados protopensamientos) no son exactamente iguales que los de un adulto, en primer lugar, porque no son capaces de concretarlo con palabras o imágenes, ya que apenas conocen el mundo que les rodea.

Su capacidad de pensamiento se irá desarrollando a la vez que madure su cerebro y vaya adquiriendo nuevas funciones, como el lenguaje, el pensamiento abstracto, etc.

Por lo tanto, sus ideas de recién nacido son emocionales, no racionales. Se vinculan a sus sentimientos en cada momento del día: hambre, sueño, calor, frío, afecto,… Cuando duerme y sonríe, lo hace porque su mente recuerda un momento placentero vivido recientemente, normalmente la sensación de mamar del pecho de su madre y notar su corazón y su calor, un abrazo paterno, etc. Sus expresiones faciales en los primeros meses surgen por imitación de las que ve en sus allegados, ya que ni siquiera sabe cómo es su cara. Ve sonreír a su madre y sonríe él. Y al hacerlo, se siente feliz. Por lo tanto, esa imitación da lugar a la empatía. A medida que aprende cómo funciona la mente, extiende todos los sentimientos que ve alrededor (orgullo, alegría, pena) a sí mismo.

Gradualmente, a medida que descubre el mundo, esos pensamientos se van ampliando a las nuevas experiencias vividas: juegos, canciones, el comienzo del gateo… En estas actividades gratificantes piensa cuando se siente feliz y a salvo; mientras que cuando no está a gusto, tiene hambre o frío o se siente solo, rememora experiencias anteriores similares en las que sintió algo parecido.

Hace años, los psicólogos pensaban que los bebés atendían solo de forma automática y refleja. Eso formaba parte de la idea de que apenas si pensaban, eran irracionales y egocéntricos. Sin embargo, cuando los bebés atienden a algo lo hacen de forma similar a los adultos. Son conscientes del acontecimiento de la misma forma que lo son los adultos. Y al igual que una persona mayor, una vez se acostumbra a ese acontecimiento, deja de darle importancia y lo ignora.

A partir de los 12 meses comienza una nueva etapa en la vida de tu niño: poco a poco va adquiriendo el lenguaje y amplía su vocabulario día a día. Es en este momento cuando comienzan a aparecer las conexiones neuronales entre palabras y objetos, y sus pensamientos se amplían a sus nuevos descubrimientos, se pregunta por la causa y efecto de diversas acciones, investiga… Por ejemplo, cuando tira una y otra vez un juguete al suelo para tu desesperación, lo hace porque se está preguntando muchas cosas que necesita averiguar: ¿Por qué cae y no se queda flotando en el aire? ¿Qué ruido hace al llegar al suelo? ¿Por qué unas cosas se rompen y otras no?

Con apenas 14 meses demuestra solidaridad: es capaz de dar a otras personas cosas que él mismo desea. A los 18 meses muestra también empatía: comprende que otras personas tienen gustos o intereses distintos a los suyos y es capaz de dar al otro lo que desea. Antes de los 3 años distingue perfectamente entre lo que son normas arbitrarias (lavarse las manos, colocar el abrigo en el ropero) y los imperativos morales (no pegar, no insultar).

Asimismo, empieza a “fingir”: se recuesta en la almohada para hacernos creer que está dormido cuando no lo está, juega con un lápiz a que es un peine, una caja se convierte en una casita… Apenas sabe hablar ni andar, pero ya es capaz de imaginarse cosas. Incluso siendo muy bebé, piensa constantemente en mundos futuros, pasados y presentes. Pero, a diferencia de lo que se pensaba hasta ahora, no es que los niños no distingan entre el mundo real y la ficción, es que, a diferencia de los adultos, no ven la necesidad de preferir vivir en el mundo real exclusivamente.

Desarrollo de las emociones

Cuando nacemos, no lo hacemos con un repertorio emocional completo, sino más bien todo lo contrario, es necesario que los procesos de maduración y aprendizaje realicen el desarrollo de las capacidades previas y necesarias que permitan que las emociones vayan aflorando.

Durante las primeras semanas de vida no aparecen verdaderas reacciones emocionales, aun cuando puedan aparecer gestos que nos hagan interpretar erróneamente su existencia. Los recién nacidos sólo son capaces de expresar el dolor físico. El aprendizaje, la imitación de las personas mayores, la identificación empática y la educación van estimulando a los niños a medida que crecen a que respondan a los impulsos agradables o desagradables.

Durante los tres primeros meses de vida los procesos madurativos y de aprendizaje ya permiten la aparición de las emociones primarias: sorpresa o interés, alegría, asco, tristeza, ira y miedo.

Entre los dos años y medio y los tres, el niño toma conciencia de su identidad personal, es decir, de que es un ser diferente y diferenciado del entorno, y a partir de ese momento puede empezar a tener emociones sobre sí mismo como la envidia, la empatía o el azoramiento.

Posteriormente, cuando aprende e internaliza las normas de comportamiento social, sus emociones pueden referirse a sus propios actos, sintiendo orgullo, vergüenza o culpabilidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario